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22 julio 2022

Fernando Saidiza

Asesor jurídico

 

Con frecuencia escucho decir que Colombia es un laboratorio para el aprendizaje de lecciones trascendentales. Confieso que esa idea me genera ambivalencias. Por un lado, causa fascinación pertenecer a una sociedad que puede estar a la vanguardia en la transformación de temas vitales para la humanidad. Por el otro, ser parte de ese “laboratorio” nos ha costado a los colombianos 17 años de silencio. Hago referencia aquí a las palabras del presidente de la Comisión de la Verdad en la entrega del informe final, según las cuales, esa sería la totalidad del tiempo si guardáramos silencio por un minuto para homenajear a cada víctima de asesinato en el marco del conflicto.

 

¿Cuánto sería el tiempo de silencio si sumáramos a las víctimas de desplazamiento, desaparición, violencia sexual u otra atrocidad cometida en este escenario de confrontación mutua? Ahora bien, el mes de junio del 2022 nos enseñó que la sociedad colombiana no está más para silencios. Por el contrario, este mes trascendental para el país mostró la decisión de cambio y la disposición para el diálogo, el debate y la tramitación de las diferencias por vías no violentas. Así quedó reflejado en la amplia participación electoral del 19 de junio, la más alta en la historia del país que dejó, por primera vez, a un candidato reformista con tendencia ideológica de izquierda en el poder.

 

El tema no es menor para Colombia, si se toma en consideración la trágica historia de asesinatos contra candidatos presidenciales y líderes liberales o de izquierda y el actual reposicionamiento de la violencia organizada contra personas que manifiestan su descontento por la forma como se viene dirigiendo al país. En paralelo a estos eventos históricos, el equipo de trabajo de Abogados sin fronteras Canadá -ASFC- se enfrentaba a su mes de trabajo más dinámico y frenético. Mientras una parte del equipo socializaba con las víctimas del Valle del Cauca y de Nariño el informe contra la impunidad de crímenes internacionales en Colombia, otra parte se encargaba de coordinar el primer cierre del proyecto “Justicia transicional y mujeres” -JUSTRAM-.

 

Así, entre el 6 y el 10 de junio, con mujeres del nororiente del país (Santander, Norte de Santander y César); del noroccidente (Antioquia y Urabá) y del suroccidente (Valle del Cauca y Nariño) se planteó un ejercicio de incidencia jurídica a través de un derecho de petición colectivo. Pocas veces en mi trayectoria como abogado había tenido la oportunidad de presenciar la fuerza de las mujeres a través de la acción jurídica, como en los espacios de preparación para ese derecho de petición. También, para el 23 de junio -4 días después de las elecciones presidenciales; 5 días antes de la trascendental publicación del informe final de la Comisión de la Verdad y en paralelo a la histórica audiencia de reconocimiento de responsabilidad de la cúpula de las antiguas FARC ante sus víctimas y el mundo entero que observa el trabajo de la Jurisdicción Especial para la Paz-, teníamos la importante responsabilidad de presentar el informe “La complementariedad de la justicia en Colombia: una contribución a la lucha contra la impunidad de crímenes internacionales”.

 

Fruto del trabajo en equipo de ASFC en más de dos años que recoge, además, la experiencia acumulada y esfuerzo colectivo de décadas de litigio interno por parte de las organizaciones Guasimí, Equipo Jurídico Pueblos, Corporación Justicia y Dignidad y la Colectiva Justicia Mujer, sin las cuales no habría sido posible hacer este análisis sobre la complementariedad que, esperamos, tenga algún impacto en las instituciones de justicia tanto nacionales como internacionales.

 

Retomo la reflexión inicial que da origen al título del artículo. Colombia está en una posición y momento histórico para demostrarse a sí misma y a la humanidad que puede liderar las transformaciones vitales que requerimos con urgencia. Estar a la vanguardia en temas de justicia, de cambio climático, de posicionamiento frente a la lucha contra las drogas y la corrupción, del vivir en condiciones de dignidad –y de sabrosura, como se propone actualmente-, al tiempo que se transita decididamente hacia la paz, mandaría un mensaje poderosísimo a una humanidad que se encuentra desorientada, afligida y sin liderazgo mundial frente a los complejos retos de la guerra y la recesión económica mundial.

 

En junio del 2022 Colombia dio un paso trascendental. De aquí en adelante se enfrenta a sí misma, a su pasado y presente violento, no para perpetuarlo, sino para transformarlo. De ese reto solo podrá salir fortalecida para proponer al mundo y a la humanidad otras formas de vivir que nos alejen del abismo al que, por momentos, pareciéramos fatalmente conducidos. Desde mi perspectiva de vida personal y profesional alentaré para que esto no sea solo un sueño sino una realidad.